Unos ricos donantes invitaron a un banquete al Maestro Ikkyú.
Éste llegó vestido con ropas de mendigo y el anfitrión, sin reconocerlo, lo hizo a un lado y le dijo:
“No podemos tenerte en el umbral. Esperamos en cualquier momento al famoso Maestro Ikkyú”.
El Maestro volvió a su casa, cambió sus ropas por el manto ceremonial y se presentó nuevamente.
Fue recibido con respeto e introducido en la sala del banquete.
Allí se quitó el manto, lo acomodó sobre el cojín que le habían reservado y dijo:
“Supongo que has invitado al manto, ya que a mí me echaste hace un momento”.
Luego se marchó.