La Serenidad

 

Serenidad es calma interior, sosiego, estabilidad de ánimo, dominio de uno mismo. La serenidad proporciona una fuerte energía vital.
La serenidad no es apatía, impasibilidad o dejadez.
La persona serena huye del activismo, es decir del afán de hacer mucho, pero sin dirección y sentido. Tampoco se deja llevar por la precipitación y los impulsos. Actúa después de pensar.
La serenidad va de la mano de la ponderación y de la objetividad. No hace tragedia de pequeños sucesos negativos. No dramatiza. Mira los sucesos con realismo, con ánimo positivo.
La persona serena conserva la calma sin desesperarse ni desanimarse. Enfrenta los problemas uno a uno, estudiando a fondo cada asunto y tomando alguna decisión. Después actúa con prontitud; de esa van desapareciendo los problemas.
Conviene dominar los sentimientos, lo cual supone encauzarlos y expresarlos debidamente. Cuando no es así, perdemos el control de las decisiones y de las acciones.
"Dame Señor la dicha y yo me encargaré de ser ecuánime", decía Tagore. Alegría interior, serenidad y ecuanimidad suelen ir unidas.
La ira y el rencor desestabilizan el corazón y producen amargura. Si no se corta a tiempo aparecerá el odio, pasión que daña al ser humano.
Serenidad para reprender. Serenidad al tomar decisiones complejas. Serenidad ante la injusticia. Serenidad, especialmente en momentos difíciles.
En últimas, la serenidad proviene de confiar en Dios, que nunca abandona a quien confía en Él.
La serenidad se va obteniendo conforme se vaya creciendo y madurando espiritualmente.
La serenidad no se aplica con gritos, rencores, angustias, temores, miedos, enojos, etc.

 

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