Felipe y su hijo mellizo

 

Estoy casi seguro de que vosotros no conocéis a Felipe, un viejo amigo mío, que no un amigo viejo.

Felipe es aparejador. Y amén de trabajar, imparte clases en un centro de Formación Profesional a futuros delineantes de la rama de la construcción. Está casado. Tiene un niño. Un niño y una manía que desconcierta a cualquiera: pretende conseguir que su hijo no sea egoísta; que sea desprendido, generoso.
La estrategia que utiliza mi amigo con su primogénito es la siguiente: Cada vez que le compra un juguete, un regalo, una chuchería..., lo hace por partida doble. Es decir, ¿que el niño necesita una pelota? Le compra dos; una para él y otra para que la regale a alguien. ¿Que le trae caramelos? Felipe júnior ya sabe que, por cada uno que chupe, debe regalar otro a un compañero de la calle o del colegio.

Al niño yo le llamo “el mellizo”. Porque resulta que en su casa entran dos balones, dos bicicletas, dos coches de bomberos, dos trenes eléctricos..., como si realmente tuviese un hermano gemelo, idéntico a él y con las mismas necesidades. Y Felipe padre quiere mentalizarle de que así es, de que tiene un hermano, esto es, muchos hermanos que - como él- precisan de bicicleta, de tren eléctrico, de balón o de coche de bomberos.

Cuando conocí tan peregrina pedagogía, no pude por menos de manifestarle mi extrañeza:
- Felipe -le dije-. El ideal educativo que tienes para tu hijo lo considero excelente y fuera de lo común. Pero ¿no te parece que va a resultarte un poco caro?
- No me importa- me respondió-. Mira, Pedro -y ya siguió hablando él-. Cualquier niño, por naturaleza y desde que nace, es egoísta. Apenas aprenden a hablar, la palabra que más veces repiten es: “Mío, mío, mío”. Si les dejas que crezcan sometidos a ese impulso innato, terminan por convertirse en unos egoistones de tomo y lomo. Mi objetivo, al educar a mi hijo como te he contado, es -ni más ni menos- hacer de él un hombre. Una persona honrada, que sepa respetar a los demás y a sus cosas. Y una persona sensible ante las necesidades del prójimo. Que no crea que él tiene cosas por su cara bonita y que el vecino carece de ellas únicamente porque es pobre. Quiero que comprenda que la pobreza no es ninguna profesión o un estado de vida, sino el resultado de la injusticia. No está bien -le digo a mi hijo constantemente- que tú tengas dos bicicletas y tu amigo ninguna. Como tampoco puede ser que tú te comas un bocadillo de chorizo mientras tu amigo tiene hambre... Intento lograr que, cuando sea mayor, le duelan de verdad las necesidades ajenas, le hieran las injusticias y no pueda dormir tranquilo mientras haya a su alrededor penuria y estrechez. Quiero que se convenza de que cualquier persona de su entorno posee, ¡por lo menos!, la misma dignidad que él.

Al concluir mi amigo su espiche, no tuve más remedio que admirarle y felicitarle con estas palabras:
-Felipe, ¡Chap eau!

Estoy completamente seguro de que os encantaría conocer a mi buen amigo Felipe, aparejador, profesor, padre y extraño pedagogo.

 

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