A mi padre

 

Gracias, padre, porque me has enseñado a ser hombre. Me has enseñado que ante todos los problemas y adversidades, teniéndolo todo para perder, el darse por vencido nunca es la solución. Me has enseñado a arriesgar lo poco que se tiene en pos de conseguir algo mejor dándome ejemplo de no pecar de soberbia si triunfo, y educando mi capacidad de afrontar situaciones y derrotas sin quejas ni ira al ser vencido.

Me has  enseñado que ser humilde es ir a darle la cara a una persona que acaba de humillarte y no devolverle el insulto, sino perdonarla y dejarle las puertas abiertas.

Me has enseñado que en esta vida triunfa el que transciende, fracase o no. Aquel que logra avanzar poco a poco, pero sin aportar nada a los demás, es un derrotado.

Me has enseñado y corregido inteligentemente en mis momentos de desorientación, me has servido cuando el que debió servirte era yo. Has estado presente cuando te he necesitado, en los momentos de tristeza para consolarme y aconsejarme. Y a veces me has indicado que yo solo debo resolver mis problemas.

Me has legado una personalidad de servicio y entrega, pues has dejado tus diversiones por darme incluso hasta lo que no tienes.

Me has enseñado a tener sangre fría en los momentos de crisis y cautela y honor en los momentos grandes. Has respetado mi individualidad y, más aún, me has enseñado a no cometer tus errores invitándome a seguir tu camino de aciertos.

Pero, más que todo, me has enseñado a ser un hombre fiel, decidido, responsable y justo. Qué suerte tengo de  tener un padre como tú, un amigo, el mejor de todos.

 

 

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