La rosa mística

 

Dos amantes que viven muy lejos el uno del otro deciden reunirse, tras mucho tiempo de estar separados y queriendo resolver los problemas acumulados en su relación.

Cuando ella deja el aeropuerto de la ciudad donde ha aterrizado y en un taxi se dirige al café donde él espera... ... siente la inquietud de quien sabe que será la última cita o quizá la primera de un amor renovado.

Así, al entrar en el local su alma está agitada por el deseo de recuperar toda la plenitud que hubo entre los dos y también por la inquietud de un futuro no claro. Una vez dentro su mirada busca a su amante entre las numerosas personas que hay en la cafetería.

Él ocupa una mesa cercana frente a la ventana. Está sentado, esperándola y mirando una hermosa rosa roja que tiene en sus manos.
- ¡Qué bonito! ¡Ha tenido el detalle de comprarme una flor! - piensa ella mientras muy contenta se acerca hasta él.

Al verlo con la rosa es como si la flor hablase ya por él, sonriendo con sus pétalos rojos de terciopelo, sonriendo al sol del amor que mientras camina amanece en la conciencia de ella.
Es un sol alumbrando el recuerdo de los días luminosos donde él creó tanta belleza para ella, aquellas jornadas de mil años en que su amor nació. Y es ese sol interior quien se asoma en su mirada sonriente cuando arriba a la mesa de él, que distraído no se ha dado cuenta de su llegada porque está ensimismado en la contemplación de la rosa.
- Hola. Ya estoy aquí, ¿no vas a darme un beso? - le dice queriendo llamar su atención, pero él, totalmente absorto, no contesta.

Ella sonríe porque lo conoce y sabe que muchas veces está en las nubes, por eso insiste.
- La única belleza que tienen los sueños es la esperanza de que se hagan realidad. Deja las Praderas Celestes por donde vagas. Ya he llegado y podemos darnos el abrazo que tanto deseamos.

Ella habla llena de sol pero él no contesta, no parecen inmutarle lo más mínimo sus palabras. Está en silencio, contemplando la hermosa rosa roja que tiene en sus manos.
- ¿Qué ocurre?, ¿no me hablas?, ¿ni siquiera me miras? - le pregunta ella tras un largo silencio donde la sorpresa va dando paso al desconcierto. - ¿No quieres hablar?, ¿no tienes nada que decirme?, ¿ni me miras a la cara? - insiste ella.

Y su silencio, la aparente indiferencia de su amante ante su llegada, ocultan el sol del amor que lucía en la conciencia de ella para dar paso a la noche, para dejar entrar una oscuridad que se va haciendo más y más espesa hasta empapar por completo su alma.
- ¿Crees que merece la pena un viaje tan largo para no dirigirnos la palabra en toda la tarde? Llevo media hora de reloj junto a ti y ni siquiera te has dignado mirarme. ¿Te parece bonito? -insiste preocupada.

A medida que el tiempo pasa y el silencio permanece, la noche se hace más noche. Ella siente entonces todo el desconcierto del alma cuando es abandonada por la luz, el miedo del cuerpo ante la soledad y el desamparo que provoca su ausencia y, en ese vacío momentáneo, en ese temor, surge el orgullo de la mente alzándose siempre como un redentor de todos los infortunios posibles.
- ¿No te das cuenta de lo ridícula que es esta situación? Hago mil kilómetros para verme contigo y hablar de nuestras cosas y tú ni te dignas mirarme. Ya veo que no te importo nada, que sólo has venido hasta aquí para humillarme con tu desprecio.
Y ella, en medio de la noche, con la única luz de su orgullo, se adentra en la oscuridad siguiendo los efímeros reflejos de sus palabras solitarias.
- No voy a consentir que me trates así. Si tú no tienes nada que decir yo me voy por donde he venido.
Tras decir eso da cuenta que ha llegado al final de la oscuridad y que allí, al fondo del todo siempre está la luz esperando nacer. La luz de la muerte o la luz del renacer. ¡Qué importa! ¡Es siempre la misma luz quien habita al final de la oscuridad!

Entonces, un poco antes de irse y dejar morir su amor quiere darle una oportunidad para que pueda vivir. Por eso se detiene y no se va.
- ¡Esto es ridículo! ¡De verdad que no te entiendo! -dice volviendo a sentarse en la mesa junto a él, pues ve tan ridículo irse sin más después de un viaje tan largo como quedarse allí para seguir hablando sola; pero si la situación es absurda para ella no lo debe ser menos para él.
También ha hecho mil kilómetros para venir a su encuentro, también habrá tenido que dejar muchas cosas pendientes.
Pasa un largo rato y nada cambia entre ellos. El joven sigue ensimismado mirando la rosa y ella comienza a preocuparse por él. Ahora ya no le importa tanto que no la responda sino que no hable y, dejando de preocuparse por ella comienza a preocuparse con él.
¿Quizá le pase algo para estar así?

La luz del amor vuelve a iluminar su corazón y ahora siente la fuerza suficiente para aventurarse en nuevos territorios, salir fuera de su agobio y tratar de comprender a la persona que hay al otro lado de la rosa.
- ¿Qué te ocurre?, ¿te encuentras mal? A ti ha tenido que sucederte algo. Seguro que llegaste al aeropuerto muy contento porque nos veríamos pronto. Compraste la rosa pensado en mí, sintiendo nuestro amor, ¿y luego?... ¿qué pensamiento te ha silenciado de esa manera?, ¿qué temor?, ¿qué rencor?, ¿qué oscuridad?

Ella habla con tiernas palabras, se interesa por él, su alma luminosa quiere llegar hasta el alma de su amante y saber qué le sucede.
Él sigue callado contemplando la rosa sin siquiera mirar su cara. A ella ya no le importa su actitud y sigue hablando sin esperar respuesta.
Habla y, en medio de la luz llega al final de las palabras, al final de la mente donde comienza la verdadera paz. Entonces, cuando se le acaban las palabras se queda mirando la rosa, la hermosa flor que él tiene en sus manos y que contempla totalmente absorto.
Entonces, en ese momento, ella también descubre el poder de la rosa, también se siente atrapada en esa mirada.

Pasa un tiempo. Ella ahora está en paz, en silencio, contemplando la rosa junto a él. Al principio se ha sorprendido viéndose ella misma mirando la rosa con expectación, como si en ese momento la hubiese descubierto.
Realmente la rosa tiene algo de misterioso y hace diferente su situación. Ellos podrían ser una de las muchas parejas que, sentados el uno frente al otro, están ambos separados por un muro de silencio; pero entre ellos está la rosa llenando todos los vacíos y todas las distancias.
La rosa roja, viva, palpitante, como una poderosa hoguera donde brilla el sol del amor es la fuerza que los redime, que los reintegra a su verdadera identidad.

Ellos no son dos seres que están cada uno al otro lado de la rosa, son dos amantes que mirando la rosa se encuentran, sienten la mutua cercanía, que están en el mismo sitio, que cualquier diferencia entre ellos es ilusoria.
Ella, ahora se da cuenta que mirando la rosa ha descubierto un silencio bien diferente del que antes turbó su alma.
No es el silencio de él lo que escucha, ahora es el silencio de la rosa extendiéndose a su alrededor, llenándolo todo con su aura de paz y gozo.
Y en el silencio de la rosa tienen sentido todos los silencios posibles.
No es la ausencia de las palabras lo que en él puede escucharse sino la plenitud que no puede expresarse con discurso alguno.
Ahora, escuchando el silencio de la rosa entiende todo lo que él no ha dicho. Lo comprende porque se da cuenta que no hacen falta palabras para que las almas puedan comunicarse, que todas las palabras estorban porque no son más que el ruido de la mente, el lamento de la noche o el orgullo del día y, que antes de la existencia de las palabras, del mismo día y de la misma noche, hubo un silencio inmenso y gozoso lleno de la plenitud de todas las cosas posibles que tendrían que nacer.

El silencio de la rosa es el silencio primordial, no nace del vacío de la ausencia sino de la plenitud de quien lo contiene todo. No es un silencio estático, no es un silencio frío, no es el silencio de la muerte sino el de la vida antes de manifestarse, es el silencio de la
luz que da origen a todas las formas, el mismo silencio que entra dentro de ella con cada respiración, extendiéndose por su cuerpo, por su mente, cubriendo su alma como el mejor de los amantes y, en ese gozo, en esa plenitud nace en su interior una sonrisa.
No es la sonrisa de su alegría, no es una sonrisa suya, es la sonrisa de la rosa, es la rosa quien se está riendo dentro de ella.
Ella siente esa alegría como si fuese la suya propia pero es la rosa riéndose dentro de ella quien provoca su sonrisa.
En ese mismo momento entiende lo que sucede como si un relámpago hubiese iluminado la noche de su mente.
Se da cuenta que en medio del gentío de la cafetería no hay nadie, que no existen las personas que hablan a su alrededor, que no existe su amante, que tampoco existe ella, que lo único real es ese silencio, esa sonrisa interna que brota en su corazón.
Comprende que todo eso sucede no porque ella esté mirando la rosa, no porque se encuentre con la mirada de su amante dentro de la rosa sino porque la rosa los está mirando, los mira y sonríe.

Su sonrisa es la fuente de toda la plenitud que siente. Al darse cuenta que la rosa los está mirando ella se ríe con la sonrisa del Universo que suena en su interior, con la alegría de la rosa por haberse reconocido en ese viaje incesante al verdadero hogar.
Ella lo comprende todo entonces y la sonrisa interna que llena su ser estalla en una carcajada que florece en sus labios rojos, rojos como la rosa roja que él, tras levantar su mirada y encontrarse con la alegría de ella, le ofrece con todo su amor.

 

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